martes, 2 de abril de 2013


El  azúcar y una tradición con sabor a ciencia                       

Testimonios escritos que datan del año 170 antes de Cristo señalaban ya el uso del azúcar común, conocida técnicamente como sacarosa, para el tratamiento de heridas. La revista The Sciencies, editada por la Academia de Ciencias de Nueva York, destaca el redescubrimiento y los estudios experimentales del doctor León Herszage, actual Jefe de Cirugía de Paredes Abdominales del Hospital Pirovano de Buenos Aires.
C. Estebarena y E. Belocapitow. (Universidad de Buenos Aires)./ El Dr. Herszage comenta que "el tratamiento de heridas superficiales con azúcar común tiene una raigambre folclórica en países tanto europeos como americanos, desde hace tiempo se tiene evidencia experimental acerca de la base científica de la efectividad del azúcar". Hoy ha dejado de ser un "chisme" dicho en voz muy baja, para pasar a ser el tratamiento de cabecera de los lugares más inhóspitos, donde los medios de esterilización son escasos, y un tratamiento exitoso en los casos donde no dan resultado los antibióticos tradicionales.
Actualmente, el Dr. Abel Pasqualini, médico argentino del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, cumple una misión en Bukabu, Zaire. Allí opera a decenas de personas diariamente con su navaja de campamento, por falta de bisturí, y sin anestesia. El tratamiento "post-quirúrgico y, en general, de todas las heridas infectadas, lo realiza en base a azúcar común, tal como lo ha aprendido en la Argentina. Hasta hoy logró el 100% de las curaciones.
También hay otra versión argentina de Paqualini en Nepal. Un joven médico que había visto al Dr. Herszage tratar las heridas con sacarosa lo adoptó como método habitual para su uso en el hospital que dirige en Katmandú.
El señor "azúcar"
Si bien debe haber casos como este desparramados por todo el mundo, la razón del renacimiento del azúcar con estos fines es bien porteña y tiene un nombre: Herszage. En 1975, Herszage se encontró con dos abortos sépticos, en los cuales se complicaron las heridas, se abrieron y se infectaron. Luego de administrar los antibióticos sin éxito, consultó con un colega que le sugirió tratar las heridas con azúcar común. Así lo hizo y las heridas de ambas pacientes cicatrizaron perfectamente. De la sorpresa pasó a la investigación de las causas por las que la sacarosa actuaba de tal modo. Recurrió entonces al Instituto Malbrón y, más tarde, a algunas de las facultades de la Universidad de Buenos Aires, entre ellas la Ciencias Exactas y Naturales y la de Agronomía. Tras su incursión por distintos ámbitos académicos, pudo esbozar una explicación. Llegó a la conclusión, entre otras, de que el azúcar es un agente antimicrobiano de amplio espectro, pero para ello tuvo que estudiar acerca de una magnitud conocida como "actividad del agua". Si una bacteria, por ejemplo, se encuentra en un medio en el que dicha actividad es menor que la estipulada biológicamente para su supervivencia, ésta sucumbe. Y fue así como comprendió que lo que estaba haciendo la sacarosa era generar un medio de baja actividad del agua, tan baja que destruía cuanto microbio estuviera presente.
Por otro lado, realizó diversos experimentos que aparecieron como "la documentación oficial", según sus propias palabras, de que el azúcar produce inmunomodulación. Específicamente, en el caso de las heridas, observó que lo que la solución concentrada de sacarosa provocaba era una activación del sistema inmunológico en general y, en particular, atraía células conocidas como macrófagos al lugar de la lesión y de la consecuente aplicación de azúcar. El rol de los macrófagos es fagocitar el tejido muerto, reconocer cuerpos extraños e incentivar la producción de colágeno.
Por el trabajo, en el cual se describe el tratamiento de heridas infectadas con sacarosa de uso local y donde figura la explicación recién expuesta, Herszage y sus colaboradores obtuvieron el Premio Bosch Arana (1980) a la mejor investigación de la Sociedad Argentina de Investigadores.